lunes, 3 de marzo de 2014

¿Muerte a los antipatriotas?



En 2002 había un adolescente de 13 de años que visitaba el Archivo Nacional de Asunción para leer (o intentar leer) documentos históricos del Paraguay. Ese chico no se contentaba con los textos escolares ni con los libros de su propia biblioteca, tenía que ir a husmear en los registros nacionales para aprobar lo que decían los grandes historiadores. Comenzó a tenerle mucho amor a lo que leía, a las aventuras de políticos y militares paraguayos.

Ese muchacho comenzó a usar la escarapela tricolor como una vestimenta diaria más. Colegio, trabajo, cine, charla, paseo, etc. Siempre tenía los colores de la bandera paraguaya en la ropa. Pero no estaba contento por mostrar un patriotismo un poco superficial y hasta clásico. Quería más.

Y tuvo una oportunidad. En mayo de 2003, un escritor uruguayo promovió el cambio del Himno Nacional paraguayo, para que se adecuara más a los "valores libertarios" y para que esta vez sea un autor nacional quien compusiera la letra de la canción oficial. Esto representó una ofensa para nuestro estudiante, quien a sus escasos 14 años lideró la campaña "Salvemos al Himno". 

Envió cartas a académicos y políticos, se reunió con las autoridades locales y nacionales y organizó un debate con el escritor que promovía el cambio. Al día siguiente del evento, ambos fueron a visitar a Augusto Roa Bastos, para que diera su punto de vista con respecto a un tema controversial. El Premio Cervantes de Literatura dijo que es bueno revisar ciertos elementos nacionales, para ver si de adecuaban a nuestros tiempos y a nuestros intereses actuales. 

El Ministerio de Educación y Cultura rechazó la propuesta de modificar la canción del Estado paraguayo y el chico quedó contento. Era una victoria, pero aún quería ver más cosas, como que el Himno realmente sea entendido por los estudiantes primarios y secundarios, y que se conozcan las otras estrofas que no se entonan durante el canto en celebraciones oficiales. 

Al año siguiente tomó un curso de historia con la extraordinaria académica Margarita Durán Estragó, quien estaba en sintonía con Roa Bastos, al decirle a ese adolescente que a veces es bueno dudar de lo que se tenía por sagrado, en este caso el Himno Nacional y que habría que hacer un debate general con todos los sectores para que se revea la letra o la música. 

En 2005, el "Paraguayo de raza" (como tenía su nick en Hotmail), fue adjudicado con una beca en la Ruta Quetzal. Era la primera vez que por fin representaría al país en un evento tan importante y en dos países distintos. Y aunque fue con la bandera paraguaya, enseñando un poco de guaraní, tomando tereré y defendiendo los ideales con que este país fue creado, se dio cuenta que su mundo estaba limitado.

En una de las primeras conferencias que tuvo, durante un interesante paseo por el Amazonas peruano, un charlista se discutió con una becada ecuatoriana por un problema histórico de fronteras. Allí se dio cuenta que ese debate estaba de más, que había otros elementos que podrían aglutinar a las personas más allá de sus diferencias lingüísticas, culturales, religiosas o económicas. La historia podría pesar, pero no debería ser un instrumento de desunión y constante conflicto.

En ese momento aprendió a valorar más de 50 banderas de los demás participantes del evento, quizás ya no como acto multipatriótico, sino como medida de entendimiento entre los individuos de distintas partes del mundo. Aprendió que no hace falta ser paraguayo para ser un gran amigo, para tener ideas en comunes a favor de la gente, para adorar el arte o la literatura, para entender que el dolor no es monopolio de una sociedad o la esperanza o valentía no tienen en realidad banderas.

Volvió renovado. Muy diferente al chico ultranacionalista que no permitía que hablaran mal del Paraguay. A partir de allí encaró otros proyectos y dejó los libros de historia para adentrarse en el mundo apasionante y desafiante de la filosofía y de la ciencia en general. Refundó una academia literaria, abrió una academia de filosofía, publicó un libro y representó nuevamente a Paraguay en una cumbre internacional de jóvenes. 

Hoy, ese adolescente al que muchos llamaban "raro" obviamente ya no es el mismo. Ya no defiende el Himno Nacional y hasta tal vez piense como Roa Bastos o Margarita Durán. Quizás hasta una bandera patria le importe menos que un libro y hasta a veces demuestre su descontento con la tiranía con algún que otro gesto obsceno a la estatua de un antiguo dictador.

De lo único que podemos estar seguros es que ese chico cambió totalmente de ideas, pero no de actitud. Continúa investigando, indagando, buscando respuestas, de manera ininterrumpida, escarbando y disfrutando de ese amor por el saber que lamentablemente no todos lo viven.

Ese adolescente bien podría invitar hoy a Eduardo Quintana a sentarse en una mesa para tener un debate público, apasionado, pero respetuoso y libre. Podría sentarse a hablar con él varias horas, de historia, de filosofía, de ciencias, de la corrupción y la falta de educación que atrofian a la sociedad. Y los podríamos ver juntos, muy diferentes, debatiendo sin llegar a los golpes. Y lo más seguro es que después de eso, cada uno sígase haciendo preguntas y tal vez cambie de opinión, de punto de vista, de análisis y hasta de ideas.

Y estoy orgulloso, porque ese adolescente que llevaba la escarapela hace un poco más de diez años era yo. Hoy, simplemente estoy al otro lado de la mesa de debate, mañana, no lo sé.