Invitado a vencer la consciencia de la muerte,
el otoño visita a destiempo el cementerio,
agrietando una ola de tormentos,
que se pagan infinitamente con la nada.
Las flores tergiversan la palabra,
mientras el miedo se acomoda
y gobierna la calma.
Los suplicios no incomodan
y el terreno, que parecía un guerrero,
es el mejor paraíso rendido al tiempo.
En su soledad, a la que tituló ignorancia,
el otoño se pierde para no enfrentarse
a su propia valentía.
En un pantano, donde la esperanza
vale lo mismo que un asesinato,
ya no se incomoda ni tiembla,
ante la grandeza de saber
que morir es su único sentido.
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