La Ruta Quetzal BBVA podría parecer un viaje estudiantil más, como cualquier otro en donde se compartirá con jóvenes de distintos países y en el cual se aprenderá acerca de historia, literatura y ciencias. Sin embargo, con la experiencia vivida, uno podría llegar a afirmar que la expedición “le cambió la vida”.
Aunque la frase podría quedar como trillada, un rutero transforma realmente su visión cuando: tiene que levantarse a las 6 de la mañana para hacer ejercicios en medio del Amazonas peruano o debe despertarse a las 5:30 para una clase de artesanía en la Quinua. Pero todo ello se compensa con la inigualable sensación de dormir en un museo, como el de Chillida Lekú, en el País Vasco o solearse en las espléndidas playas de San Sebastián.
Un expedicionario tiene el privilegio de escalar el Machu Picchu, conocer animales de la selva, asistir a conferencias magistrales de excelentes académicos, visitar el Palacio Real de Madrid y estrechar la mano de los propios reyes de España, además de quedar sorprendido con la riqueza intercultural que forjó la ciudad de Toledo, hace varios siglos.
Este viaje no es como cualquier otro, en donde uno tiene que despertarse a una hora marcada e ir a clases; aquí, aunque todo está en orden, siempre hay alguna aventura que vivir o contar. A veces, el rutero tendrá que cruzar montañas toda la mañana, acampar en medio de la lluvia, probar alimentos exóticos, perderse en calles pequeñas de pueblos medievales y bañarse con agua de carros de bombero.
Un expedicionario también aprenderá frases de idiomas desconocidos, bailará danzas de lugares nunca pensados y conocerá el pasado de personas que jamás escuchó. Podrá navegar en ríos profundos y adentrarse en selvas lejanas, al tiempo de estudiar sobre botánica o zoología. También podría lamentarse quedar dormido en charlas sobre música medieval o astronomía ibérica.
Además de este combo de por sí sustansioso y valioso, un rutero se aventurará en lo más importante que pueda tener la expedición: disfrutar del valor de la amistad. Estrechará lazos irrompibles con amigos de varias partes del mundo, conocerá sus costumbres, querrá hablar otros idiomas, aprenderá sobre música, política y economía.
Lo más valioso que puede brindar la Ruta Quetzal BBVA, además del contenido académico y el viaje aventurezco, es la posibilidad de conocer personas, de distintos credos religiosos, ideologías políticas o condición socioeconómica, que comparten la amistad y la saben utilizar.
Y aunque parezca mentira, este viaje dura aproximadamente 45 días, pero la enseñanza y felicidad quedan para toda la vida. No es raro que luego del trayecto en un país latinoamericano y en España, el expedicionario se sienta desubicado, desganado y hasta un poco deprimido por haber vivido tanto y retornar a su casa. Pero tiene la satisfacción de pensar que en algún punto del planeta, cuenta con un nuevo amigo que comparte ideas y sentimientos, y que aunque la Ruta Quetzal BBVA haya marcado su vida para siempre, la aventura recién comienza.
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