Cuando la monotonía es deporte,
se suicida la palabra.
Tiembla la excelencia
y se achica la teoría.
Y entre bosques sin árboles,
buscamos la nada,
queriendo encontrar
una respuesta final.
Y aunque sabemos que,
en tiempos de añoranza,
no hay algo peor que una gloria
no vivida, usurpamos
la memoria y reconstruimos
la mentira.
Cuando la monotonía es deporte,
se suicida la palabra.
La existencia ya no importa,
el genio se acobarda y, por primera vez,
se tira del edificio más alto,
que le tomó una década construir.
Entre "holas" superfluos
y "estoy bien" estáticos,
se sortea un "adiós"
enfermizo, que recuerda
a los de otro color, que
ya perdieron su aroma.
Cuando la monotonía es deporte,
la poesía lentamente se esconde,
y el logos occidental quiebra
magistralmente, en
su último intento de despertar
a los renacentistas.
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